No hay nada más frágil que una madre cuando una hija se casa
Artículos | Prensa

Una boda

21/05/2016, Diversos

Hoy por fin acabará un largo periplo de nervios, decisiones, compras, detalles, invitaciones y el resto de quebraderos de cabeza que acompañan a una boda. Mi hija mayor decidió casarse, a pesar de vivir felizmente en pecado con su pareja italiana, su pequeño Jordi y un montón de gatos. En otro tiempo habría sido una de esas jóvenes rebeldes que se plantaban ante la caduca institución del matrimonio.

Pero lo que antes era clásico hoy es moderno, y lo que era impuesto resulta escogido, y es así como el matrimonio ha vuelto a las vidas de los hijos de Mafalda, ahora que no se percibe como una convención, sino simplemente como una fiesta.

Simplemente…, o no, porque más allá de la imposición de antes o de la libertad de ahora, las bodas tienen una magia que va más allá de la voluntad de celebrar la convivencia. Al menos, así lo percibo ahora que lo vivo en carne propia, y les aseguro que no hay carne más propia que la de una hija. Quizás es que nunca dejan de ser esas niñas pequeñas que removieron los cimientos de nuestro mundo y lo invadieron de emociones nunca sospechadas. Se hicieron mayores, conocieron a unos tipos fantásticos, se fueron de casa y de golpe un día se visten de blanco y quiere huir la niñita que nos robó el alma. Perdonen que sea tan contundente, pero nuestras hijas nunca se hacen mayores, no tienen ese derecho, no se lo otorgamos, nunca lo permitiremos. Porque si lo permitiéramos, ¡quedaríamos tan huérfanos!
Y aquí estoy, a punto de ver como esa niña que llegó a mi vida y la iluminó para siempre luce radiante y bella en el día de su boda. El ritual seguirá las pautas conocidas, las palabras, los anillos, las fotografías, el banquete, y al pensar de que nada será original la sabiduría de siglos me reconforta. Porque a pesar de la ilusión y la alegría y la fiesta que nos regalaremos, algo se quiebra por dentro, como si de golpe fuera cierto que nuestra niñita ha crecido. ¿Qué quieren que les diga? Estoy a punto del llanto, hecha un mar de cursilería, convertida en la madre que todas las madres hemos sido el día que se nos casa la hija. En algún momento me rebelo e intento racionalizar la cosa, poner algo de dialéctica sesuda al evento, no sé, cualquier análisis sociológico de bolsillo. Pero no, porque esto de una hija y una boda es pura adrenalina emocional, un terremoto de sentimientos, y por supuesto tiene más que ver con la poesía que con la prosa. Y también con los ausentes, nuestras gentes queridas que en días como hoy son más ausentes que nunca, aunque los tengamos muy presentes.

Me voy, pues, de boda. Por supuesto intentaré comportarme, aguantar la lágrima, emocionarme lo prudente, no sé…, pero nada es seguro, porque no hay nada más frágil que una madre cuando una hija se casa. Sólo espero que, al verla, la mujer hermosa en que se ha convertido me deje entrever la niña que fue y aún está ahí, delicada y bella. Las quiero a las dos y no quiero perder a ninguna.