“Charlie Kirk es una víctima, sea cual sea su ideario.
Charlie Kirk es una víctima, y empiezo el artículo con este sustantivo rotundo porque, escuchando y leyendo la opinión publicada (que no siempre se corresponde con la opinión pública), parece que se olvide esta condición. La mayor parte de los comentarios ponen la carga sobre sus opiniones ultraconservadoras, o el apoyo al movimiento MAGA, o sobre el cristianismo que lo inspiraba, como si haber defendido sus ideas lo situara, inevitablemente, en la diana del francotirador que lo mató. Lo cual tiene un efecto perverso: el verdugo se desdibuja y la víctima acaba siendo el victimario. Esta ha sido la tónica, por ejemplo, en las redes sociales, donde se ha llegado al delirio de entender, justificar e incluso aplaudir el asesinato.
Es así en este tema y en otros de la misma intensidad ideológica. En este tiempo de debate ferozmente polarizado hay un hecho que resulta estridente: el sesgo de izquierdas domina el relato e impone su mirada ideológica. A partir de aquí, todo lo que escapa a las posiciones progresistas queda situado en un territorio perverso y cuestionable, que no merece ser analizado, ni debatido, sino señalado y expulsado de la corrección ideológica. Es una izquierda que, otorgándose la razón universal, impone los límites sobre lo que es socialmente aceptable y aquello que merece ser estigmatizado. Más consignas que ideas, más pancartas que debates. Y, por el camino, una banalización muy preocupante de las posiciones extremas que nacen en su seno, como si la extrema izquierda no fuera tan extemporánea, regresiva y preocupante como la extrema derecha. Personalmente, nunca entenderé cómo hay un consenso tan claro al señalar a la extrema derecha como una ideología antisocial e intolerante, y no existe el mismo consenso a la hora de hablar de la extrema izquierda. En Catalunya, por ejemplo, las posiciones más intolerantes y agresivas han nacido en el seno de los movimientos próximos a la CUP, y aun así nunca son percibidas como peligrosas. En el lado izquierdo, la tolerancia con la radicalidad siempre es muy amplia.
El caso Kirk es, en este sentido, paradigmático. El gran debate se ha situado en sus ideas ultraconservadoras y, a partir de cuatro citas mal buscadas, una larga ristra de esforzados analistas han mirado con lupa sus posicionamientos para llegar a la conclusión final: el fenómeno ultraconservador americano es peligroso. Aun así, se olvidan de un detalle fundamental: Kirk era un hombre que defendía el debate, iba a las universidades a confrontarse con los que pensaban diferente y practicaba un lema inapelable: “ven y convénceme de que no tengo razón”. Justamente fue en una universidad, la Utah Valley, donde un joven decidió que la mejor respuesta era una bala en la cabeza. La violencia como punto y final del debate.
¿Por qué toda esta izquierda que habla de la maldad de las ideas de Kirk no se alarma por la maldad de la violencia de quien lo mató? ¿Por qué se considera preocupante que avance el ultraconservadurismo y no parece preocupante que avance el radicalismo en el otro lado? Al final, el joven que lo ha asesinado había radicalizado su 'wokismo' hasta este punto extremo y es un hecho que una parte de la sociedad norteamericana está entrando en posiciones ultrarradicales muy peligrosas. Se ha visto en gran cantidad en los campus universitarios, donde se ha considerado normal corear lemas violentos o defender a grupos terroristas. El problema no es que la derecha extreme posiciones, el problema es que ambas aceras extreman las posiciones y la polarización está agotando las vías del entendimiento. Resulta muy fácil cargar las culpas a Trump y sus MAGA, pero hay que recordar que este fenómeno es la respuesta a una severa radicalización de la ideología 'woke' que ha forzado los límites, ha contaminado al Partido Demócrata y ha extremado el debate público. Y sin la autocrítica de esta izquierda radicalizada, la crítica a la derecha radicalizada deja de ser creíble.
Charlie Kirk es una víctima, sea cual sea su ideario. Una víctima del derecho a pensar y a debatir en libertad. Y su asesino es un verdugo, un totalitario que cree que hay que imponer la razón a través de la violencia. No hay matices en esto y quien los pone practica un relativismo moral que resulta estremecedor. Al final, Kirk sería un adversario ideológico, pero el asesino era uno de los suyos y este es el punto: si hay una derecha que preocupa, quizás también hay una izquierda que da miedo.